sábado, 14 de marzo de 2009

CESAR VALLEJO: 117º ANIVERSARIO DE SU NACIMIENTO









El poeta peruano Cesar Abraham Vallejo Mendoza, nació el 16 de Marzo de 1892 en Santiago de Chuco, Departamento de la Libertad, Perú. Fueron sus padres Don Francisco de Paula Vallejo Benítez y Doña María de los Santos Mendoza. Fue el menor de once hermanos. Sus primeros estudios los hizo en Santiago de Chuco; y sus estudios secundarios en el Colegio Nacional San Nicolás de Huamachuco.
Se gradúa de Bachiller en Letras de la Universidad de Trujillo, obteniendo el más alto calificativo con su Tésis ‘‘El Romanticismo en la Poesía Castellana’’.
Sus primeras poesías fueron publicadas en Trujillo en la revista escolar ‘‘Cultura Infantil’’. A fines de 1917 viaja a Lima y se vincula con lo más selecto de la intelectualidad literaria: Egúren, Gonzáles Prada, José C. Mariátegui, Valdelomar, etc. Trabaja como profesor en el Colegio Nacional Nuestra Señora de Guadalupe y al mismo tiempo sigue estudios en la Facultad de Filosofía y letras de la Universidad de San Marcos.
En 1922, sus ansias de buscar nuevos horizontes impulsan a Vallejo irse a vivir en París. Ya en la Ciudad Luz, es abatido por toda una serie de calamidades. El hambre, la desocupación, la miseria, ponen a prueba su inquebrantable espíritu.
Su situación mejora cuando empieza a colaborar en las revistas ‘‘Mundial’’ y ‘‘Variedades’’ de Lima con artículos sobre la realidad política, social y cultural de Europa.
En 1925 obtiene una beca para estudiar Jurisprudencia en España. Su estancia en este país sería breve, pues retorna casi de inmediato a París.
La obra que ha dejado es grandiosa: Los Heraldos Negros, Trilce, Escalas Melografiadas, Fabla Salvaje, Rusia 1931, Reflexiones al pie de Kremlin, Poemas Humanos, Paco Yunque, El Tungsteno, España Aparta de mí este Cáliz. El 15 de abril de 1938 en presencia de su esposa Georgette, y de dos amigos, muere César Vallejo.

El Pan Nuestro

Se bebe el desayuno...

Húmeda tierra de cementerio huele a sangre amada.
Ciudad de invierno...
La mordaz cruzada de una carreta
que arrastrar parece una emoción de ayuno encadenada.

Si quisiera tocar todas las puertas y preguntar por no sé quien;
y luego ver a los pobres, y, llorando quedos,
dar pedacitos de pan fresco a todos.

Y saquear a los ricos sus viñedos
con las dos manos santas
que a un golpe de luz volaron desclavadas de la Cruz.

Pestaña matinal, ¡no os levantéis!
!El pan nuestro de cada día dánoslo, Señor...!

Todos mis huesos son ajenos;
yo tal vez los robé.

Yo vine a darme lo que acaso estuvo asignado para otro;
y pienso que, si no hubiera nacido,
¡otro pobre tomara este café!

Yo soy un mal ladrón... ¡A dónde iré!

Y en esta hora fría,
en que la tierra trasciende a polvo humano
y es tan triste, quisiera yo tocar todas las puertas,
y suplicar a no sé quién, perdón,
y hacerle pedacitos de pan fresco aquí,
¡en el horno de mi corazón...!

Los dados eternos
Para Manuel González Prada, esta
emoción bravía y selecta, una de las
que, con más entusiasmo, me ha
aplaudido el gran maestro.

Dios mío, estoy llorando el ser que vivo;
me pesa haber tomádote tu pan;
pero este pobre barro pensativo
no es costra fermentada en tu costado:
¡tú no tienes Marías que se van!

Dios mío, si tú hubieras sido hombre,
hoy supieras ser Dios;
pero tú, que estuviste siempre bien,
no sientes nada de tu creación.
¡Y el hombre sí te sufre: el Dios es él!

Hoy que en mis ojos brujos hay candelas,
como en un condenado,
Dios mío, prenderás todas tus velas,
y jugaremos con el viejo dado.
Tal vez ¡oh jugador! al dar la suerte
del universo todo,
surgirán las ojeras de la Muerte,
como dos ases fúnebres de lodo.

Dios míos, y esta noche sorda, obscura,
ya no podrás jugar, porque la tierra
es un dado roído y ya redondo
a fuerza de rodar a la aventura,
que no puede parar sino en un hueco,
en el hueco de inmensa sepultura.

Los heraldos negros

Hay golpes en la vida, tan fuertes...¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma... ¡Yo no sé!

Son pocos; pero son... Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas;
o lo heraldos negros que nos manda la Muerte.

Son las caídas hondas de los Cristos del alma,
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.

Y el hombre... Pobre... ¡pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.

Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!

Cesar Vallejo
















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